¿Por qué llevar un diario de bocetos o sketchbook?

Recuerdo que hasta hace un tiempo existía un tipo de misticismo respecto a la hoja en blanco. El pavor que daba quedarse una hora, dos, tres, mirando ese pedazo de papel con el lápiz en una mano y un pañuelo para secarse el sudor en la otra.

Era una tarea de máxima concentración y destreza obtener un boceto bien hecho, a la primera, con el menor porcentaje de errores.

Con el tiempo y experiencias propias he descubierto que, paradójicamente, mientras más me concentro para crear el boceto perfecto menos posibilidades tengo de hacer algo realmente bueno. Esto tiene una base bien fundamentada (de la que no hablaré en este primer piloto de post) y es que la creatividad necesita espacio y soltura para nacer; no se puede esperar que tras ocho horas de trabajo, tres en el tráfico de vuelta a casa, dos para cocinar, una para mirar el celular, tengamos la idea aterrizada a la primera sentada en nuestro estudio de trabajo.

Ahora bien, tampoco podemos sólo sentarnos a esperar que las musas bajen a susurrarnos ideas al oído ni querer el día perfecto, la hora perfecta, la taza de café caliente, el sofá cómodo y los mejores materiales para dibujar. ¿Qué hacer entonces?